Gracias por visitar mi página.
Soy Carlos Calles. Estudié letras inglesas en la Universidad Católica de Chile y la maestría en estudios humanísticos en el Tecnológico de Monterrey.
En 2023 gané el Premio Bellas Artes de Novela José Rubén Romero con Daltónico. Con Escaleras gané el Premio Nuevo León de Literatura 2018. He publicado varias novelas juveniles con editorial Edebé México. Galileo-kun El ejército invisible (2024) es la más reciente.
Más allá de estos datos biográficos ofrecidos por Alexa (“Alexa, ¿quién es Carlos Calles?”), ahora hablaré de mi escritorio.
No está ordenado, eso de inicio. Aunque tampoco está fuera de control. Hay una organización en cuanto al área general que ocupan ciertas categorías de objetos. El escritorio mide 1.5 metros de largo y 90 centímetros de ancho. Es de madera de pino. Las patas son triángulos hechos del mismo tipo de madera. Según yo, parece mesa de un taller de carpintería.
Ahora, de izquierda a derecha: una caja de madera decorada con frases de El gran Gatsby. Tiene cerca de diez años, fue un regalo de mi esposa, y las frases se están despintando. Una bandera de Chile, de unos veinte por diez centímetros. Un souvenir de hace veinticinco años, de la primera vez que mi papá visitó ese país. Una cartera para treinta discos compactos, llena; además de unos cinco o seis discos en sus cajitas originales. Van algunos títulos: Vocal Jazz, de Louis Armstrong; Woody Allen & La musique (varios artistas); Blue Skies, de Frank Sinatra; el soundtrack de la película Garden State; la banda sonora original de Luminous Arc 2, un videojuego de Nintendo DS. Una foto de mi esposa y mi hijo. Un Funko Pop de Tom Brady. Una figura de Honoka Kosaka, protagonista del anime Love Live. Un peluche de Squirtle comprado en la tienda Nintendo de Nueva York. A centímetros de mi brazo izquierdo hay cinco libros apilados: Lonesome Dove, de Larry McMurtry; La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile, de Gabriel García Márquez; Mañana y tarde, de Jon Fosse; Kentukis, de Samanta Schweblin; Las lechuzas lo ven todo, de Erle Stanley Gardner. Detrás están dos libretas. Primero una agenda Hobonichi, que es mi libreta oficial de 2024. No la uso como agenda, sino para registrar recuerdos; una suerte de diario y scrap book. Anoto ideas, avances de mis textos (hoy escribí cinco páginas de equis texto; envié el borrador dos de equis novela al editor…), noticias de mis publicaciones (me escribieron del INBAL para solicitarme el manuscrito de Daltónico…), mis lecturas actuales, entre otros eventos importantes del día a día (resultados de mis equipos deportivos, el nombre de algún buen vino que probé…). También está la libreta que usé en 2023, una Moleskine A6 de tapa dura, azul. Lo escrito el año pasado aún es relevante para varios proyectos. También tengo ahí el número de referencia de mi plan personal de retiro, que uso para depositar dinero en la cuenta. Podría copiarlo a la nueva libreta, por supuesto, pero es de esas cosas que funcionan tal cual y, por lo mismo, no es necesario cambiar. Una taza de café con el símbolo de Superman. La taza tiene dos o tres días ahí. En el fondo, aún sin hongos, una capa de café en proceso de cristalización. Una bocina inalámbrica JBL, pequeñita, simpática, eficiente. Una lámpara gris, de metal, con un imán de Seoul Tower. Varias libretas (otra Moleskine, la que usaré en 2025, de tapas rojas; una que compré en la librería Gallimard, en París, y adentro lleva la frase de Marguerite Duras: “Écrire c’est aussi ne pas parler. C’est se taire. C’est hurler sans bruit”; entre otras) y tres libros más (un poemario de W. B. Yeats; Calle para siempre, de Armando Alanís Pulido; y ¿Quién teme a Virginia Woolf?, teatro de Edward Albee). Todo eso del lado izquierdo.
Frente a mí, un portarretrato triple con fotografías de Ernest Hemingway sirviéndose un trago, Haruki Murakami cruzado de brazos y Patrick Modiano con la mano en la frente como si recién recordara algo importante. Son mis tres escritores favoritos. Un comentario sobre la foto de Murakami. Su expresión facial es curiosa. Los labios están fruncidos, pero las mejillas expresan simpatía. Es decir, en primera instancia podría dar la impresión de estar molesto. Luego, si se mira por dos o tres segundos más, la expresión cambia y, al contrario, parece que sonríe. Esa ambigüedad en la expresión también está en sus novelas.
Del lado derecho hay menos cosas. Y menos interesantes. Destacan, en mi campo de visión, un posavasos de París (el río Sena, la torre Eiffel) y un bloc de notas de I love NY. Una caja de madera donde guardo puros, un encendedor y tres cortapuros (los pierdo, compro otros, reaparecen). Un sello (“Biblioteca personal de Carlos Calles”), tinta para el sello y calcomanías de temas diversos (París, el sistema solar, Shakespeare, Dragon Quest…). Una canasta con cables, una figura de Superman de crochet y más de cien separadores que he comprado o me han regalado en los últimos quince años. Una caja de metal de Superman. No recuerdo que hay adentro. Podría abrirla ahora y describir los contenidos, pero no lo haré. Dos estuches llenos de plumas, lápices, borradores, sacapuntas y similares. Un libro de Edward Hopper (de editorial Taschen). Unos audífonos alámbricos y otros inalámbricos, ambos marca Skullcandy. Una vela que hace mucho no prendo. La figura de un slime de Dragon Quest. Una taza con café, de hoy, el que bebo ahora, con el logotipo de Dante & Belmonte, detectives literarios. Está sobre un calentador de tazas que justo estreno hoy. Mi esposa se lo robó de no sé dónde y lleva varias semanas sobre el escritorio. No sé por qué no lo había usado antes. Como sea, no parece ser tan efectivo. Es decir, no mantiene el café caliente, al nivel que lo prefiero, aunque sí ha retrasado lo inevitable.
Eso es todo. ¿Qué dice el escritorio sobre mí? Tal vez nada. Tal vez todo.
Ahora me percato de dos o tres objetos que no enlisté y, para bien o para mal, permanecerán anónimos por siempre.
Gracias por leer. Lo digo en serio, gracias por leer.