Separadores de historias
Leer es enfrentarse a un ejército de letras y someterse con gusto a una invasión. Pero es una invasión momentánea: de minutos o quizás algunas horas. Cerramos el libro y la realidad se impone. Si la historia nos ha impactado, el recuerdo permanece y trasciende; si no, se pone en pausa hasta que las páginas vuelven a abrirse.
Porque son pocos los libros que se leen de una sentada. Un tío lejano me contó que leyó El Hobbit en cuatro horas, sin parar. Después de decirlo se rió como maniático, claramente satisfecho de su logro. Los que preferimos tomarnos nuestro tiempo, utilizamos separadores para marcar el punto donde detuvimos la lectura. Ese pedacito de cartón, papel u otro material tiene una importancia poco valorada entre lectores, me parece a mí.
El separador es un artefacto que suplanta nuestra (in)capacidad para recordar la ubicación de la última oración leída. En otras palabras, es un fragmento de nuestra memoria que alojamos en los libros. Creo que son pocos los que pueden recordar, pasados un par de días, que dejaron de leer en la página 271 o 304. Es normal olvidarlo, y más si se confía en que el separador hará bien su trabajo.
Colecciono separadores. Siempre había tenido varios, por lo general perdidos entre páginas o amontonados en un cajón, pero desde hace unos cinco o seis años empecé a poner atención.
Los separadores deben de ser delgados, por eso el papel y el cartón son materiales comunes. Tengo tres que son de metal y, aunque son de los más bonitos, no son muy eficientes: o arrugan las páginas o, por el peso, se caen del libro. La forma no es tan relevante, pero yo prefiero que tengan un listón para localizarlos más fácil. Si es muy delgado y no tiene un listón en el extremo, puede perderse. Me ha pasado que sacudo el libro pensando que no tiene separador y pues resulta que sí, ahí estaba, pero ya no sirve porque se cayó al suelo perdiendo su lugar entre las hojas.
Los separadores no solo nos recuerdan un número de página, además son importantes por la manera en que llegaron a nuestras vidas. En mi caso, siempre recuerdo quién me regaló un separador o en qué tienda, ciudad o país lo compré. Claro, el dibujo o motivo del separador también es significativo. A mí no me gusta particularmente el basquetbol, así que un separador de Lebron James, si es que existe, ni me va ni me viene. Caso contrario, uno de los Yakult Swallows, equipo japonés de beisbol, seguramente me va a encantar.
Ahora algunos de mis separadores favoritos (sin un orden en especial).
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Detalle de Ciruelo en flor, Van Gogh, 1887.
La pintura la vi en el Museo Nacional de Van Gogh en Amsterdam y de inmediato se convirtió en mi favorita del museo. Al finalizar el recorrido compré el separador en la tienda. Es de los que más uso y ya está algo maltratado de las orillas.
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Este es parte de una serie de cuatro separadores, es decir, venían cuatro diferentes en un solo paquete. Me los regalaron mis papás en 2007 después de un viaje que hicieron a Nueva York. Son del MoMA (Museum of Modern Art). Investigué sobre Lucian Freud, el artista británico al que alude el separador, y me gustó el estilo oscuro y crudo de sus pinturas.
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Me lo regaló mi hermana después de su viaje a Orlando el año pasado. Los dos somos fans de Harry Potter, así que escogió muy bien mi regalo.
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Este me lo regalaron Vivian y Patty, alumnas de una secundaria de Saltillo que leyeron La ilusión del caos. Claramente es una reinterpretación de la portada de mi novela. Quedó genial. ¡Me encantó! Además me conmovió mucho pues en la parte de atrás escribieron un mensaje muy inspirador. ¡Muchas gracias!
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La gran ola de Kanagawa. Katsushika Hokusai.
Este lo compré en mi viaje a Japón en 2016. Técnicamente no es una pintura, sino que a partir de un grabado se hicieron varias copias. Una de las originales la vi en el Metropolitan Museum of Art en Nueva York (el MET). Hace poco vi que una amiga armó un rompecabezas de esta obra y ahora yo quiero hacer lo mismo, pero primero tengo que encontrar el rompecabezas.
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Hablando del MET, este me lo regaló una ex alumna muy cool. Viajó a Nueva York con la prepa y me lo trajo a su regreso. Es de latón chapado en oro y venía con una explicación de De Divina Proportione, un libro de Luca Pacioli de donde se toma el diseño de la M, que es el logo del MET. En el libro se habla del número áureo, que hace referencia, entre otras cosas, a una proporción geométrica que aparece de forma recurrente en la naturaleza, por lo que en algún momento se creyó que era de origen divino.
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Este último lo compré yo en la Biblioteca Pública de Nueva York en 2013. Es un separador muy pesado, de acero inoxidable, y por lo mismo no es muy práctico. Pero me gusta repasar la lista de vez en cuando y ver cuántos he leído. Claro que estas listas son muy subjetivas y esta incluye libros que no se me antojan leer, pero de todas formas es divertido. He leído 21 de 50.
¿Tienen algún separador favorito? Dejen comentario aquí o en Twitter para conocerlo. Gracias por leer. Hasta pronto.
Calles